viernes, 28 de marzo de 2008

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Carta de M. A. Coque a la generación 1982-1993

Barcelona, 12 de junio de 1993

¡A los habitantes del bosque!

No he podido dejar de recordaros a través de nuestro primer gran cuento imaginado colectivamente y soñado junto al olor antiguo de una tiza.

Desde entonces han caído lluvias torrenciales y puede que haya avanzado el desierto, pero nada importa si habéis conseguido levantar nuevas acequias, mantener unidos a todos los “GLU-GLÚS” del bosque, respetar las meditaciones del CONSEJO DE ANCIANOS, utilizar la astucia del zorro y premiar valorando la fuerza del asno.

El “GRAN ROBLE” me ha dicho que habéis aprendido que una tierra para que sea fértil tiene que tener su hora de frío y su hora de calina y que las cuatro estaciones cumplen su ronda inequívoca: SILENCIO, EMOCIÓN, EXUBERANCIA Y FEROCIDAD. También me ha dicho que él seguirá en el mismo sitio porque es MILENARIO y aunque acogerá a los nuevos habitantes del bosque, vuestra aventura es inolvidable y perdurará a lo largo de los tiempos.

Hay vidas que fueron hechas para vivirlas y aquellas cosas que tomaron cuerpo, aunque ya sean pasado, nos pertenecen y aguardan en la recámara caliente de los sentimientos; por eso vuestros innumerables nombres me provocan descargas afectivas en las entretelas y en las neuronas de mi sólida memoria. Hubiera sido aburrido vivir momentos con vosotros y entre vosotros para que ahora nos hundiéramos en nuestra propia vida y en nuestro propio silencio. Estoy seguro que dentro de MIL AÑOS nos reconoceremos.

Que los DIOSES CÓSMICOS os sean benefactores y que llenéis vuestros mundos de SOLIDARIDAD.

… Y COLORÍN – COLORADO este cuento no ha acabado.

¡Un fuerte abrazo!

Miguel Ángel Coque

Aportación de Víctor Sánchez

Me llamo Víctor Sánchez y yo, como mis dos hermanas Maribel y Susana, fuimos alumnos de la Betsaida, todos guardamos un muy buen recuerdo, que se ha visto beneficiado por nuestra posterior experiencia en otros centros de enseñanza, en mi caso como alumno y como docente.

Si algo había en la Betsaida era humanidad. La aparición de las ampas (en muchos casos órganos de intrusismo en la profesión de los docentes), la macrocefalia de los legalismos que miden la calidad de los colegios en metros cuadrados y número de ordenadores y el despiadado ánimo de lucro acabaron lo que comenzó como un proyecto de corazón y vocación de los fundadores de la Betsaida.

Estas breves líneas son un homenaje para todos aquellos que participaron en aquella Betsaida y que nos han regalado a los alumnos unos años inolvidables y, sobre todo en mi caso particular, el deseo de llevar ese espíritu en nuestra vida profesional.

Confío en que pronto nos demos cuenta de que un patio más grande, unas clases más amplias y muchos ordenadores no son una mejor educación. La educación no se mide cuantitativamente sino cualitativamente y a partir del firme compromiso de la sociedad para construir un mundo más justo, sensato y honesto.

Cierra Betsaida... Per Arantza Corrales Gordo

Cierra Betsaida.

Y a nosotros, sus alumnos y exalumnos, nos roban una parte de nuestra infancia. Betsaida era un lugar donde podías ser libre, ese paraíso de Nunca Jamás donde el tiempo se ha detenido y todos somos pequeños, sin problemas, sin agobios, sin precariedad laboral, sin hipotecas desorbitantes, sin inmigración ahogada en el Estrecho, sin loco mundo cruel y también maravilloso.

Betsaida era entrar cada mañana por su puerta de listones de madera verde –extinta desde hace años- y hacer fila educadamente en un, seguramente, pequeño patio que era en realidad un universo repleto de múltiples posibilidades, entre ellas, la más evidente: el campo de baloncesto de un colegio y club que además ha dado ídolos nacionales e internacionales.

Betsaida era hablar de usted a los profesores, respetarlos como a un segundo padre o madre -¡ah, cómo se añora aquella época cuando la línea educativa existía y era la misma en casa y la escuela!-; era recorrer los estrechos pasillos idealmente en silencio y realmente felices; ascender ordenadamente las escaleras –no daban para más- hasta las aulas –encerado verde, tizas blancas y borrador al frente, viejo escritorio para el maestro o maestra y, en realidad, incomodísimos pupitres de madera con cajón y barra en medio que te separaba de tu compañero-.

Pero, ¿saben?... ésa es mi infancia y para mí es perfecta. Mi infancia durante once largos años, mi base, mi estructura, mi raíz, parte innegable de mi esencia de ser.

El azar quiso que mi padre fuera maestro de esa escuela y, claro, una pasó muchas horas entre sus paredes, olfateando sus libros, saboreando sus rincones, deleitando el oído con los secretos de las viejas aulas y las desvencijadas sillas, degustando lentamente el tiempo con la intensidad con la que sólo puede disfrutarse en la infancia.

En Betsaida habitaban seres de una valía y una calidad humana incomparable, insólita en estos tiempos. La fundadora Maria Mateu, pedagoga de los pies a la cabeza, abanderada de la escuela creativa cuando eso sonaba a chino; el señor Saturn y sus sugus, fiel compañero y adlátere de Maria; los leoneses Santiago y Eliseo que dejaron la escuela hace años; el rebelde e incontestable M. A. Coque; las dulces Pilar Olivé y Lidia Fo; la maternal Rosario; el excéntrico profesor de música cuyo nombre no recuerdo, y aquellos quienes os sonarán a muchos de vosotros. Fátima, que nunca ha dejado de ser Campanilla y hacernos soñar; Dolores, que escondía una dulzura irresistible tras su natural autoritario; Maruja, férrea y tierna, yin y yang, completa; Mª Jesús y sus tablas de multiplicar, comprensiva; el bondadoso y permisivo Alberto, con sus pullovers de colores; Jesús, mi padre, maestro de toda una vida, bohemio y libre; Teresa, enérgica e inquebrantable; Rosa, joven y llena de vida, outsider; Tino, la única persona del mundo que puede hacer de las ciencias una diversión, un ejemplo de pedagogía desde el humor y el cariño. Y mi maestra Pilar, un símbolo, un mito, que en toda ella representa qué es Betsaida, una de las personas más exquisitas, honestas y maravillosas que conozco, un compendio de saber. Nuestra otra madre.

Y, claro, cómo puede una no llorar la pérdida de ese espacio, cómo no puede extenderlo -como lo hacía unas semanas antes Amanda Castells en Área Besòs- a que, con la desaparición de una escuela laica y concertada como ésa, con esa magnífica plantilla (donde después se añadieron Martina, Eva...) y ese bagaje cultural, profesional y personal a sus espaldas, se ponga punto y aparte a un modo de enseñar cercano, amable, docente, humano.

¿Saben? Betsaida y lo que en ella se cocinó durante años era creatividad, comunidad, esfuerzo colectivo, armonía, humanidad. Te enseñaba el valor de lo simple y cotidiano y también de los grandes ideales vitales, el valor de la Vida en su múltiple expresión.
Betsaida eran las obras de teatro de navidad y sus ensayos previos, los festivales de fin de curso, la cena de octavo, el viaje a Ibiza, las convivencias, las excursiones, los carnavales, los días del libro... La apuesta por el trabajo en equipo y la cultura.
Betsaida era un oasis educativo dentro del desierto opresivo de los curas y las monjas en los años setenta y ochenta y aún buena parte de los noventa. Un espacio donde la solidaridad estaba a la orden del día, donde el compañerismo era ejemplar (Fuenteovejuna, todos a una), donde el amor era palpable en cada rincón.
Un espacio donde era más importante quien tú eras que lo que tú hacías. Y eso, en este mundo, es de agradecer infinitamente...

De aquí a poco, viviremos la crónica de una muerte anunciada.

Ahora todos somos un poquito más huérfanos.

Como consuelo, parafraseando a Albernathy y su “se puede matar al que sueña, pero no su sueño”, afirmo que podrá desaparecer Betsaida pero su esencia pervivirá para siempre en los corazones de quienes nos hemos criado y crecido en ella.

¿Un cole pequeño? Por Amanda Castells Agustench

Se va la Betsaida. Envueltos en la polémica y la gestión de lo que ocurrirá con los más de cien niños y niñas afectadas por el cierre, yo sólo tengo espacio para la nostalgia. Y como yo, muchos.
No tengo del todo claros los motivos del cierre. No se si ha dejado de ser un negocio rentable, si el alquiler del terreno es o no asumible por sus actuales gestores, si se deben hacer obras de mejora y acondicionamiento y éstas no son posibles, pero tampoco pretendo hablar de ello.

En un mundo que avanza tan rápido que los que todavía no tenemos treinta nos sentimos nostálgicos de un modo de crecer que ya no se estila, desaparece la que ha sido para muchos, más que una escuela. Algo parecido a una familia educativa, a un gran hogar. Probablemente no gozamos de las mejores instalaciones, es posible que no contáramos con un nivel académico exquisito, ni con todos los recursos posibles, pero en la Betsaida algo que el actual modelo educativo necesita como el aire, como es la educación en valores, estaba a la orden del día. Y sin la necesidad de asignaturas transversales, de programas específicos, de renovaciones educativas constantes. No era necesario. El sacrificio, el esfuerzo, la humildad, la ilusión, el entusiasmo, las ganas de compartir, los juegos... todo ello estaba impregnaba el espíritu de la escuela. Porque a falta de espacio, de grandes patios, de perfectos gimnasios... la Betsaida tenía espíritu. Tenía personalidad.

No vamos a olvidar las obras de teatro preparadas con ahínco, los festivales de verano en el patio dirigidos por el profe Tino mientras los padres y las madres se agolpaban en la valla para poder vernos, las rúas de Carnaval, la cena de octavo, los viajes a Ibiza... las clases, las peleas, los deberes, las travesuras que nos costaban más de un patio encerrados en clase, el recitar las preposiciones del tirón bajo la mirada atenta de la Pilar... Hay tantos y tantos momentos, hay tantos recuerdos compartidos que con el fin del colegio se van a ir aun un poco más lejos.

Con la Betsaida se va esa infancia que no necesitaba de miles de videojuegos, ese recuerdo de cuando podíamos jugar en la calle, cuando los profesores aun se hacían respetar, cuando podíamos ser más de 25 en clase, cuando ser niño era ensuciarse, corretear sin sentido, imaginarse cualquier cosa en un patio donde todo se podía convertir en realidad. No es una infancia tan lejana. Pero el mundo corre, corre demasiado. Tanto que ya no hay lugar para escuelas con espíritu. Ahora deben tener no se cuantos metros cuadrados, ascensores y no se que instalaciones más. Nadie se pregunta por si tienen espíritu. Ya no importa. En un mundo que cada vez se deshumaniza más vamos a perder una escuela donde ante todo se velaba por formar personas. Por dotarlas de inquietudes, de pequeñas semillas de vida que hemos ido aprovechando todos estos años, por alimentar sueños, por ser la base en la que hemos crecido. Una base que nos decía que era importante saber el nombre de todos quienes nos cruzábamos por las escaleras, que nos enseñaba tanto a ser amigos entre nosotros, que a día de hoy, 15 años después de nuestra última clase, muchos todavía lo somos. Una base educativa que se transmitía a base de la confianza, de la relación personal, de la paciencia y el trabajo de unos pocos profesores, a los que a día de hoy, aprovecho para agradecer tanta y tanta paciencia, y tanta profesionalidad. Y no es un agradecimiento personal, ya que soy consciente que puedo hablar en nombre de varios al decir que el modelo educativo de la Betsaida nos ha llevado a sentirnos felices con nosotros mismos. Y eso, hoy en día, intuyo que no es sencillo.

Así que gracias. Gracias Tino, Pilar, Teresa, Fátima y tantos que me dejo. Gracias a compañeros, amigos, hermanos de infancia. Se va la Betsaida, pero esperamos que lo que la llama de lo que nos transmitía continúe siempre con nosotros, que algún día se la podamos transmitir a nuestros hijos, aunque estemos obligados a llevarlos a un colegio con ascensores, y mega-patios y súper-gimnasios y muchas líneas por curso. A colegios sin espíritu.

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